martes, 2 de marzo de 2010

Bloom Capitulo 12

Bloom

Por Elizabeth Scott

Capitulo 12

Traducido por Clo

Lo que mi padre nunca había dicho pero yo siempre había sabido era que yo era un error.

Papá estaba en la universidad cuando conoció a mi mamá. Con diecinueve, y determinado a hacerse de un nombre, él fue el primero en su familia en ir a la universidad. Sus padres no habían querido que fuera, le habían dicho que rechazara la beca que había obtenido y se uniera al ejército. Papá dice que ellos pensaban que estaban siendo prácticos. No podría decirte lo que en realidad pensaban mis abuelos porque nunca los he conocido. Ellos ya no le hablan más a mi papá, y no lo han hecho por años.

Yo soy la razón del porqué.

Papá conoció a mi mamá en una fiesta. Solo sé eso porque recuerdo escucharla decírselo a mi papá una vez., con algo rasposo y amargo en su voz, y su mano descansando gentilmente sobre mi cabeza. “¿Recuerdas cuando nos conocimos? Siempre había pensado que las fiestas eran tan divertidas y entonces…”

Mamá tenía dieciocho, justo a punto de graduarse de la preparatoria. No era triste, no era desordenada. Ella era perfecta. Tengo su anuario de último año escondido en mi placard, pero no tengo que verlo para decirte como se ve su foto, lo que está escrito debajo de ésta. Lo memoricé todo hace un largo tiempo.

Ella estaba sonriendo en su foto, una hermosa sonrisa risueña, y debajo de su nombre hay una lista, una larga lista: Sociedad de Honor. Comitiva de la Fiesta Anual 9,10,11,12. Princesa de la Fiesta anual 9, 10, 11. Reina de la Fiesta Anual, 12. Animadora 9, 10, 11, 12. Capitana de Animadoras, 12. Coordinadora del Programa de Donación de Sangre. Consejera Estudiantil. Seguía y seguía. La anteúltima línea es Más Hermosa. . Justo debajo de eso está Con Más Probabilidad de Éxito.

Ella iba a ir a Yale. Tengo la carta de admisión también, doblada y en su sobre dentro del anuario. Encima del sobre mi mamá había comenzado a escribir una lista de las cosas que quería llevar a la universidad. La lista terminaba a mitad de camino hacia abajo, en el medio de una palabra. Ella probablemente se distrajo con algo y supuso terminarla más tarde, pero parte de mí ve algo más, ve a mi madre planeando su futuro cuando de repente tiene que detenerse. Huye hacia el cuarto de baño y vomita sus intestinos. Cuando termina se ve en el espejo y sabe que no terminará la lista. Sabe que no irá a Yale. Tendrá que prepararse para conocerme.

Sé que mi mamá y mi papá se conocieron en una fiesta, pero no sé cómo se conocieron ó de lo que hablaron. No sé si se gustaron ó simplemente ocurrió que se encuentran el uno al otro por casualidad. Sí sé que me hicieron. Y sé que cuando mi padre regresó a la escuela, el volvió a casa de clases una noche y mi madre estaba allí, esperando por él. A veces me pregunto si él no sabría quién era ella, no la recordaba.

Quizás lo hizo y estaba deseando

verla nuevamente. No lo sé. Lo que sí sé es que ella le contó acerca de mí.

El próximo pedacito lo sé en mis huesos, un momento para el que estaba allí pero no puedo recordar porque era simplemente una aglomeración de células revolviendo los intestinos de mi madre y cambiando su vida. Mi papá se sentó junto a mi madre y la miró. No la había realmente mirado antes, y cuando lo hizo, finalmente, se dio cuenta que ella era alguien a quien él podía amar. Que tal vez él ya amaba. Él una vez le recordó este momento, un poco antes que ella se fuera. Yo estaba jugando con mi muñeca y ellos estaban hablando, con sus voces sonando desde la habitación en donde ellos estaban, hacia la mía, envolviéndome.

“Me enamoré de ti esa noche,” dijo mi padre. “Eras tan valiente, tan segura. Dijiste que no querías nada de mí, que sólo querías que supiera. Supe en ese momento que no podía dejarte ir.”

No sé lo que mi madre le dijo a mi padre esa lejana noche, pero mientras estaba sentada allí sosteniendo mi muñeca ella dijo, “deberías haberlo hecho.”

Él no lo hizo, por supuesto, y pienso que ella no debe haber querido que lo hiciera. Por lo menos, no entonces. Ella quería conservar el bebé. Lo sé porque cuando ella dijo que estaba embarazada y que conservaría el bebé, sus padres sollozaron, le suplicaron que pensara en su futuro, en todo lo que tenía y podía perder. Ella me lo dijo, con la voz somnolienta mientras yo estaba sentada enfrente de la Plaza Sésamo una tarde. “Pero hice la elección correcta,” dijo, y me jaló en sus brazos. Eso fue cuando yo era muy chica, en el pasado cuando ella estaba todavía casi feliz con su vida, con mi padre. Conmigo.

Sus padres sugirieron suspender Yale por un año, hicieron sutiles insinuaciones

acerca de cómo ella necesitaba visualizar sus oportunidades. Pero había una veta

de algo salvaje en mi madre, y dijo que no. Renunció a Yale, se rehusó a ir. Sus padres estaban furiosos y, cuando eso no la conmovió, asustados. Ella los abandonó, salió de su casa un día y nunca volvió. Ellos son otra familia la cual no conozco, su historia, otra que no puedo contar.

Se mudó con mi padre, y la mañana en que despertó porque yo estaba pateando, los pies abultando contra mi madre, él le propuso matrimonio.

Ella lo hizo salvaje también, supongo, y entonces a los diecinueve, él se encontró casado con un bebé en camino.

Ellos eran felices, aunque no puedo imaginármelos de ese modo. La mujer que conocí era tranquila, siempre mirando más allá de mí y mi padre hacia algún otro lugar-cualquiera. Pero ella era feliz, por lo menos por un tiempo, y también así lo era mi padre. Hay un montón de fotos para probarlo, ambos sonriendo, enmarcadas de pie debajo de un arco en algún lugar, con la mano de mi padre descansando gentilmente sobre el estómago de mi madre. Los dos sentados juntos, con los brazos alrededor del otro, ni siquiera notando la cámara porque todo lo que podían ver era el uno al otro. La mejor foto, y a la que difícilmente miro alguna vez, fue tomada justo después que yo naciera. Están en el hospital y mi madre se está riendo, con su cara vuelta hacia mi padre, sus ojos brillando. Mi padre le está regresando la mirada, y nunca lo he visto mirar de esa manera a nadie. Pensé que con Robin, su última novia, quizás—pero nunca ocurrió. Creo que teme dejarse llevar de esa manera. Sentir así. En realidad no lo culpo.

Hay algunas fotos más después de eso, pero ellos dos no están nuevamente juntos nunca más en ellas. En su lugar yo entré entre ellos, y uno de ellos está siempre sosteniéndome, la otra persona detrás de la cámara, un fantasma que no puede ser visto. Hay una foto de nosotros el día que nos mudamos en la casa. Mamá me está cargando, mirando el cielo, yo estoy en sus brazos, con mis dedos enroscados en su cabello como si intentara traerla de regreso a la tierra. Lograr que me mirara.

No sé exactamente qué es lo que fue mal, pero sé que las cosas lo hicieron. Todos mis recuerdos de nosotros en esta casa son tranquilos. Mi padre siendo silencioso cuando volvía a casa, mi madre mirando por la ventana y asintiendo a todo lo que yo decía antes de girar a verme con una mirada distraída en su rostro. Comer la cena, los únicos sonidos, los utensilios siendo levantados y la comida siendo masticada. Sus manos presionadas contra una ventana, y la mirada en su rostro cuando se volvía y me miraba.

Creo que el amor la consumió. Creo que todo lo que le quedaba era esa veta salvaje, lo que la había conducido a mi padre, a mí. Creo que le señaló otro lugar y hacia allí fue.

Ella se fue cuando yo tenía seis. Era un martes, recuerdo eso. Ella esperó el autobús conmigo en la mañana, justo como siempre lo hacía, de pie, en silencio, tomando su café y mirando el camino. Ella me dio un beso de despedida cuando vino el autobús, un rápido roce de sus labios por la parte superior de mi cabeza. Me aparté y corrí al autobús porque sabía que lo haría de nuevo mañana y el día siguiente y el día siguiente.

Desearía que me hubiera dicho que no lo haría. Me hubiera aferrado. La hubiera sostenido fuerte, intentando recordar todo lo que pudiera.

Cuando regresé a casa la puerta delantera estaba sin llave. No pensé nada acerca de eso; pensé que ella estaba afuera, en el piso de arriba. Pensé que estaba allí porque siempre lo había estado y porque todo lo que sabía me decía que siempre estaría. Miré televisión, comí helado, todas las cosas en las que ella era cuidadosa en permitir. Lloré un poquito cuando se puso oscuro, temiendo que ella estuviera perdida, temiendo que de alguna manera yo estuviera en la casa equivocada.

Cuando papá llegó a casa recuerdo que entró y llamó el nombre de mamá, luego el mío. Cuando salí del comedor dijo, “Cariño, ve a lavarte la cara,” con una voz ida. Lo hice, y cuando salí del cuarto de baño él tampoco estaba allí. Corrí por la casa, corrí hacia el piso de arriba. Él estaba en el cuarto de ellos, mirando dentro de su closet. Todas su cosas estaban allí pero las de ella se habían ido, salvo por un prolijo paquete de papeles yaciendo sobre un estante. Mi padre lo recogió, revisó su contenido. Lo volvió a dejar. Más tarde me dí cuenta que el paquete deben haber sido los papeles de divorcio, preparados, firmados y esperando sólo para que él los viera, para que garabateara su nombre en ellos y terminaran su vida juntos.

“Ella se ha ido,” dijo, y sonó como yo me sentía, perdido. Y entonces se volvió hacia mí y dijo, “¿Debería traer una pizza para la cena?” sonriendo ampliamente y demasiado risueño, falso, y supe lo que significaba el lugar vacío donde solían estar las cosas de ella. Supe que ella se había ido y que no iba a regresar. Sólo lo supe. Pensé que quizás debería llorar, pero no pude. Sólo me quedé mirando el lugar vacío, mirando hasta que mi padre tomó mi mano y me condujo hacia la planta baja, donde ambos actuamos como si todo estuviera bien.

Nunca hablamos de eso. Seguí yendo a la escuela, salvo que ahora en lugar de esperar con mi madre en la mañana, esperaba yo sola, y después de la escuela iba con la mayoría de mis compañeros de clase a un lugar alegre lleno de juguetes y siempre cambiando la colección de rostros. Mi papá comenzó a llevar toda su ropa sucia y la mía a la tintorería. Cuando la gente comenzó a hacer preguntas mi padre simplemente decía, “Sólo somos Lauren y yo ahora,” y todo el mundo asentía, me sonreían, ó palmeaban mi cabeza, ó me jalaban a sus brazos como si sus toques, sus abrazos, pudieran de alguna manera hace que todo estuviera bien.

Una vez pregunté si podía llamarla. Mi padre puso su cabeza en las manos por un momento, y me volvió a mirar.

“Lauren, cariño,” dijo. “No sé dónde está ella.”

Nadie sabía. Nadie sabe. Aún no lo sé. Solía armar aventuras para ella cuando era más chica, imaginarla como una espía, una camarera, una bombero. Me la imaginaba regresando con historias y regalos. Me la imaginaba jalándome dentro de sus brazos y diciendo que nunca se iría de nuevo, que me había echado de menos cada día, cada segundo, que cada respiración que daba le recordaba a mí.

Ahora intento no pensar en ella en absoluto. Ella hizo su elección, y no eligió a mi papá. Ella no me eligió a mí. Cuando sí pienso en ella, mayormente pienso en cómo pude que yo sea como ella. Cómo hay una parte de mí que se levanta, despreocupada, cada tanto. Esos pensamientos son los que no se cómo manejar, que me hacen sentir cosas que no creo que quiera sentir.

Creo que la forma en que me siento cuando miro a Ethan viene de ella. En las fotos tomadas el día en que ella se casó con papá, ella era atolondrada, riendo, dando vueltas en círculos. Ella se veía como si todo su mundo fuera él. Ella se veía con una clase de felicidad que no puedo ni siquiera imaginar.

No quiero eso. No quiero ser así. No quiero sentir de la forma en que ella lo hizo porque sé lo que ocurre cuando lo haces. Amas con el corazón entero, con todo, y te despiertas una mañana y le das a alguien un beso de adiós de la manera en que siempre lo haces salvo que para ti significa un adiós para siempre.

FIN DEL CAPITULO.



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