sábado, 27 de noviembre de 2010

ICE capitulo 24

Capitulo 24

Latitud 63 ° 54 '53 "N
Longitud 125 ° 24 '07 "W
Altitud 1.301 metros

CASSIE se mordió tan fuerte el interior de la mejilla que saboreó sangre. Sumisa, pensó, concentrándose. Derrotada. Usando la fuerza de voluntad, dejó caer la mirada. Podría haber chamuscado un agujero en el piso de madera con su mirada.


Padre Bosque resplandeció. "Buena chica."


¿Cómo podía pensar alguien que Oso era un monstruo? Padre Bosque era un verdadero monstruo.


Él le entregó una escoba. Ella la tomó, con ganas de partirla contra la rodilla. Anoche, después de que ella se hubiera rendido, él simplemente la había alimentado y dejado dormir. Pero esta mañana, la había saludado con instrucciones. Conviértete en una buena madre, le había dicho él. Sé la mujer que Oso hubiera querido que seas.

Él estaba equivocado. Oso la amaba por quien era. Ella no permitiría que este gñomo le envenenara la mente. Puede que ella hubiera dudado de Oso alguna vez, pero nunca más.

Con la mitad de su altura, el Padre Bosque no podía palmearle la cabeza, por lo que le dio unas palmaditas en el codo. Ella agarró el palo de la escoba con los nudillos blancos. Sólo hasta que él esté sereno, se dijo a si misma. Después de que lo hubiera engañado haciéndolo pensar que había ganado, escaparía.


"Ponle un buen ejemplo a tu pequeño," dijo él.


Él salió al jardín de helechos. Por un instante, la luz del sol inundó la cocina. Ella vio el polvo colgando en los rayos de sol. Entonces la puerta se cerró como la puerta de una celda. Su interior gritó. Ella quería a Oso ahora.


Sigue con el plan, se dijo. Cassie barrió vigorosamente. Ella golpeó el suelo con las cerdas de la escoba. El polvo se emplumó a su alrededor. Cassie aporreó las telarañas. "¡Muere, muere, muere!"


En la puerta, el Padre Bosque estornudó.

Cassie se congeló a mitad del balanceo.

"Energético," dijo él secamente.

La escoba se le cayó de las manos. Traqueteó contra el suelo. Ambos la miraron. Tal vez "sumisa" no era su fuerte. Tragó saliva y luego pegó una sonrisa en su rostro. Ella estaría libre pronto, se prometió a si misma.


* * * * *

Tres noches después, mientras el sol de la medianoche se filtraba a través de las persianas, Cassie avanzó a través del dormitorio. Ella vio el contorno de su mochila. Arrodillándose junto a ella, puso dentro sus mukluks y empacó todo con fuerza. No podía permitirse un solo sonido. Lentamente y en silencio, levantó la mochila y se la puso sobre los hombros. Se deslizó hacia fuera por la puerta del dormitorio.


Escuchando, se puso de pie en la sombrada cocina como un ciervo en estado de alerta. El corazón le latía en la garganta. En sus oídos, su respiración sonaba como un túnel de viento. Padre Bosque roncaba.


Descalza, Cassie se deslizó a través de la cocina. Ella revisó por si había enredaderas. Como serpientes durmiendo debajo de los armarios y sillas, las enredaderas estaban inactivas. Puso su mano sobre el pomo de la puerta.


Sin previo aviso, la madera le envolvió la mano. Conteniendo un grito, Cassie jaló. La corteza se propagó. Creció sobre su muñeca. Ella la golpeó con su mano libre. Se extendió sobre su antebrazo. Ella hizo palanca con los dedos. Le cubrió el codo. El Padre Bosque seguía roncando.


¡Oh, no, por favor, no. Apuntalando los pies contra la puerta, tiró.


No podía estar atrapada de nuevo. Ella llegó hasta sus espaldas. Su acha para hielo estaba atada a las correas exteriores de la mochila. Si pudiera alcanzarla. . . Dio un tirón de las correas con la mano izquierda mientras la madera se filtraba por encima de su brazo derecho.


Los cierres en la mochila tintinearon como fuertes campanas. A ella no le importó—la madera estaba cubriéndole el hombro derecho. Se meció hacia atrás y esperó tener una buena puntería.


Cassie aporreó la madera con el hacha.


El Padre Bosque gritó.


Cassie perdió su agarre. Ella agarró el mango del hacha antes de que cayera. ¡Él estaba despierto! Mientras el Padre Bosque arremetió dentro de la cocina, Cassie macheteó la madera. ¡Deprisa, deprisa, deprisa! Volaron astillas de madera.


Las enredaderas se agitaban. El Padre Bosque gritaba. Ella tiraba de su brazo envuelto. No lo suficiente. Ella picaba mientras las enredaderas serpenteaban alrededor de su cuerpo y por su brazo izquierdo, el que tenía el hacha. Ella luchó contra ellas y bajó el hacha con fuerza. La madera se astilló. La luz del sol entró a través de las grietas. Ella movió la mano derecha libre.

La enredadera le apretó el codo izquierdo. Cassie gritó mientras sus músculos se convulsionaban. Se le abrió la mano. El hacha cayó. Golpeó el suelo. Ella se zambulló hacia ésta. La enredadera la chasqueó en la espalda.


Ella giró en el aire.


"Puedo sentirla sangrar," dijo el Padre Bosque en voz baja. Cassie se estremeció. La enredadera se le enroscó en las piernas. Ella colgaba, girando suavemente, observando al Padre Bosque acariciar las marcas de hacha. "¿Cómo pudiste? ¿No tienes corazón?"


Odiándolo, no dijo nada.


Él le ordenó a las enredaderas tragar sus suministros.


* * * * *

A través de las persianas de cocina, Cassie pudo oírlo arrullar a sus helechos. Ella quería arañar las ventanas. El hecho de que él no hubiera encontrado necesario envolverla como capullo en enredaderas esta vez, sólo acentuaba lo muy atrapada que estaba. Ella se paseó por toda la longitud de la cocina. La madera era caliente bajo sus pies descalzos, como recordándole que estaba viva, como si fuera probable que ella lo olvidara. Las enredaderas habían absorbido su mochila, mukluks y todo, como una ameba. No era probable que ella fuera a olvidar eso. ¿Cómo se suponía que escapara de una prisión viviente cuando un ser mágico era el carcelero y no tenía ni equipo ni suministros?


En busca de su mochila, revisó los armarios y cajones de la cocina, la sala de estar, los dos dormitorios y el baño. Pero los cajones no se movieron, y los gabinetes se comportaron como si fueran de madera maciza. La casa entera parecía tallada en un solo árbol. Todo—muebles, mobiliario, paredes—crecían del suelo. Ella regresó a la cocina. Tenía que haber algo aquí que pudiera ayudarla.


Cassie jaló de un gabinete bajo el fregadero de la cocina, y para su sorpresa, se abrió. Lanzó una mirada rápida a las enredaderas (las enredaderas estaban durmiendo como cuerdas en espiral) y a las persianas (El Padre Bosque estaba justo en el exterior, tarareando una giga irlandesa). Ella se arrodilló y miró en el gabinete.


El gabinete tenía productos de limpieza. Se le hundió el corazón. “Sutil," le dijo a las persianas. Él debe haber sabido que revisaría la casa. Él había querido que ella encontrara esto.

Cassie sacó todo lo del gabinete, en caso de, milagrosamente, encontrar algo útil. Lo vació de desinfectante, brillo para pisos, anti bactericida…hasta que todo lo que quedó fue la tubería del fregadero. Le parecía extraño que la casa tuviera plomería ordinaria y que ese poderoso munaqsri poseyera productos de limpieza diaria. ¿No podía ser hecho mediante la magia? ¿Quizás el no prefería hacerlo de esa manera?


Cassie sacudió la cabeza. Por pensar que había llegado a un punto donde las tuberías y el desinfectante la sorprendieran más que a la magia. Recordó de nuevo la primera vez que había conocido a Oso—ella había cerrado los ojos con fuerza. No pienses en eso, se dijo. Concéntrate en escapar. Se echó hacia atrás sobre sus talones, considerando el gabinete. No veía ni una sola grieta lo suficientemente grande como para perder un clip de papel, mucho menos una mochila. Tendría que escapar como estaba, descalza y sin sus suministros. Papá le ayudaría. Él la había preparado para esto. Le había enseñado a buscar comida—podría comer bayas, huevos de ave, y corteza. Haría todo lo posible para evitar la giardia, la disentería, y otros juegos de la Madre Naturaleza. Bebería de las corrientes de agua. Pero primero tenía que escapar de esta casa.


Cassie se puso de pie y miró a su alrededor. La única parte de la casa de campo que no había explorado por sí misma eran las enredaderas mismas. Reuniendo valor, les dio un codazo a las enredaderas. Eran tan inertes como una planta normal. Agarró uno de los extremos entre el pulgar y el dedo índice y lo sostuvo a distancia de un brazo. Colgaban tan flácidas como una manguera de jardín. Con mayor coraje, las desenrolló. Las recorrió de nuevo a donde comenzaban.


La enredadera había crecido desde el suelo, paredes y techo. Ella las extendió por la habitación hasta el otro lado de la estufa. No había lugar donde las enredaderas no pudieran llegar. Mientras estuviera confinada en el interior, nunca lograría pasar más allá de ellas—o del pomo de la puerta.


Tenía que regresar al plan original: Calmar al Padre Bosque con complacencia y convencerlo de que confíe en ella lo suficiente como para dejarla salir. Desde allí… miró a través de las persianas hacia los árboles más allá de la valla. Si pudiera dejar atrás a las enredaderas, podría desaparecer entre los árboles.


Sin embargo, podría tomar semanas antes de que él confiara en ella lo suficiente. O meses. No quería pensar en la posibilidad de nunca.


Podía hacer esto, se dijo. No era como si tuviera miedo del trabajo. Se arrodilló de nuevo junto al fregadero de la cocina, abrió un paquete de esponjas, y comenzó a fregar el suelo de la cocina.

Después de tres horas, sus rodillas, espalda y hombros le dolían. Estaba sudando, y sentía el estómago un horno. Cassie se incorporó y se frotó el cuello. Miró a su alrededor. Por alguna razón, la cocina parecía más grande mientras que fregaba.


Tenía que ser paciente, se dijo. Tenía que ser más paciente de lo que había sido mientras seguía osos polares. Tenía que acercarse sigilosamente a su libertad. Mientras agarraba la esponja y dejaba reluciente (con esencia de pino, por supuesto) la sala de estar, pensó en su madre sobreviviendo durante años en el castillo troll. Desearía haberle preguntado más al respecto. Deseaba haber hablado más con ella en general, acerca de cosas reales, cosas con "sentimientos", en lugar de las conversaciones que había tenido acerca de las minucias de la estación. Se prometió a si misma corregir eso algún día—si alguna vez lograba salir de aquí. Cautelosamente, Cassie se echó de nuevo sobre sus manos y rodillas. Hizo una mueca cuando le dieron puntadas en la espalda.


Padre Bosque merodeaba en la puerta. "Buena chica," dijo él.

FIN DEL CAPITULO.

Traducido por Clo.

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